jueves, 20 de septiembre de 2007

Ondas marinas: Crónica de un viaje a Centroamérica

Un telón de estrellas de mar brillantes.
Ondas marinas como de enjuague bucal en una piscina blanca... Burbujas tibias y la noche negra.
Nadie veia mejor desde arriba que nosotros. Todo el pueblo desde los techos y terrazas.

Garganta de áspero cristal, tus ojos desde el balcón blanco y tu pelo apelmasado por la humedad calurosa...
Me adentro en el laberinto prohibido para que me sigas, miro hacia atrás y veo la última luz desde arriba, como a la izquierda, escondida tras unas ramas.

La oscuridad, el acecho, mio y de ellos.
Sorda la incertidumbre, ciego el deseo... Felino el instinto.
Mi espalda se siente desprotejida y también vulnerable. Como me gusta esa vulnerabilidad...

Ondas marinas que me tocan cuando el mar ya lo tengo por más arriba de la rodilla y ni me enteré.
O preferí hacer de cuenta que no me había enterado (y lo disfruté).

Te busco por detrás y luego miro hacia adelante mientras camino entre las olas que crecen.
No estás... Hay otras sirenas en el mar, pero ninguna escucha mi silente llamado.
Intento alcanzar las olas y tocarlas, pero el temor a no llegar a ellas me aquieta o me hace reaccionar tarde.

Atravieso un umbral de estrellas.

Estoy como en otro laberinto que continúa el anterior, pero es blanco y el agua se vuelve de nuevo como enjuague bucal.
Hay luces tenues como azuladas y unas pocas blancas.
Comienzo a sumergirme en el agua aturquesada, muy translúcida, muy tibia...
Voy nadando y ahora con más fuerza hacia lo profundo del mar...

De pronto me hallo como despertando de un somnífero en una habitación oscura, pero muy iluminada. A veces parece blanca.

Otra piel, una piel suave como de niña, con gusto dulce como un pelón en verano. Los ojos tiernos; la boca pequeña, pero carnosa, de besos calientes y apasionados. Esa piel tan suave, templada y jugosa, dulce. Y tu pelo castaño oscuro...
Las olas, nuestras olas que chocan con fuerza y salpican hacia alrededor. Impetuosas se mezlan con el mar, de donde nacieron.
Me susurrás al oído el camino.
Lento emprendo la marcha, te sigo en silencio.
Ahora más rápido. Te sigo muy de cerca, casi compactos.

Lejos, canto de sirenas, las rocas marmoladas, blancas y casi secas.
Las olas salpican erosionando imperceptiblemente el acantilado.
La humedad cálida, placentera, como de verano...

El sol refulgió con toda su fuerza por unos segundos, iluminándolo todo, dejándonos ciegos.

La playa seca, caliente la arena, la noche negra.
Las olas bajas del mar en la arena que arrastran la arena alisándola.
Desde el atardecer hasta la noche. O desde la noche al atardecer del día siguiente.
La playa otra vez.
La noche.

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