jueves, 27 de septiembre de 2007

La revelación tardía

Ahora estoy bailando otra vez en el pavimento, bajo la noche estrellada.
Un trago para alegrarme. Levanto la vista hacia adelante, no veo más que siluetas sepia moverse a tempo con la música.

Allí hubieron aterrizajes internacionales, algunos de Norteamérica, otros de Holanda, como los hubo también de Brasil cuando la plata era "dulce".

Un samba de olores y plantas medicinales que no encuentran donde quedarse. Necesitan fluir con la música. A veces la humedad hace que los peinados se electricen, entonces la música no puede fluir como debiera y la plantas no crecen entre la gente.

Como si el secreto para cambiar los estados de ánimo fuese cambiar la música.
Como si la música nos llevara de un lugar a otro empezando por llevarse nuestra mente.

De una noche encerrado en un jardín de invierno con luz artificial y humedad contenida, puedo llegar a una playa anaranjada al atardecer con una brisa suave que acaricia el piano dulce y mece unos cálidos tambores, o a un frio y abandonado castillo ahora habitado por vampiros que bailan misteriosos a la luz de las velas.

En el eco hay un mensaje oculto, o al menos la invitación a descubrirlo en su profundidad oculta. (El eco se va, pero si prestamos atención regresa como esperando que lo sigamos)

A través de los "sueños" se pueden resolver los dilemas existenciales, se necesita inspiración para atravesar la conciencia. La visión se vuelve borrosa. El itinerario y el destino no pueden ser planificados. Los pasos no deben ser cautelosos ni atinados. Lo que se necesita es actuar espontáneamente y ahí es cuando comienza a revelarse lo paradójico.

Es interesante teorizar acerca de estos asuntos, intentando sobrellevar la constante
distracción, apelando al uso a veces forzado de la memoria y filtrando la información para aprovecharla al máximo.

La diosa baila lenta y sensual rozandonos la piel... como para desviar nuestra atención. Si la seguimos en su danza perderemos nuestra búsqueda.
La sombra del árbol nos permite habitar del sueño de niño y explorar con otra perspectiva los salones del alma.
Mientras suena la música la vida se aclara y resuena la clave que no es la solución sino el comienzo del viaje. Nos marca el rumbo hacia la isla donde se esconde el secreto.
Todo se confunde con el baile de la diosa, que mueve sus hombros de arcilla, iluminada por la luz del fuego.

Ya sabemos donde hay que ir, ya hemos confirmado lo que creíamos mítico.
Ahora por más que todo tarde tanto en llegar, debemos proyectar con criterio ancestral el futuro de revelación que nos aguarda en aquel (a veces lejano) templo.

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