La orquesta estaba tocando esa tarde de lluvia, eran como a las 7.
Detrás de una resolana extraña se ocultaban nubarrones casi blancos que se escurrían sobre la ciudad.
Una armónica sonaba en mis oidos mientras viajaba en colectivo... Una alegría extraña recorría mi interior y me hacia sonreir marcando el ritmo con mis pies...
Terminó la canción...
Un son latino como con fritura suena más lejos aún, repetitivo...
Miro al rededor, la ciudad.
Y el sol que se escabullía entre las nubes iluminando en dorados... Y el centro urbano...
Tengo que (necesito) bajar...
Levantar el pie hacia el vacio... Un segundo de silencio en el aire...
Bajarse: la lluvia fresca que moja el pelo y los hombros, empapa un poco las zapatillas.
Subo el cordón miro al cielo y las nubes no se mueven...
Papeles en mi mochila, algo que hacer, supongo...
Las ganas de hundirme en el mar transparente y estar en la playa calurosa de nuevo, sentir el sol en mi frente y respirar...
Pero un hombro extraño chocó mi hombro y la película se cortó de repente como si se quemara la cinta en el cine...
La ciudad.
La gente.
Si, las personas, miles de personas, miles y miles de ellas.
Algunas tan atolondradas que se llevan tu hombro como si reclamaran lo que es suyo y uno no quería devolver.
Una melodía familiar sonaba cercana y me obligaba a encontrarla...
Un teatro medio abandonado, como de lujo antiguo... Parecía llover con más intensidad bajo el techo de la descolorida marquesina.
No podía resistirme, me recordaba tu sonrisa, tu perfume... Estabas allí esperándome del otro lado de la avenida con un piloto azul y sin paraguas y tu sonrisaba iluminaba la tarde...
Al girar y darte vuelta, tu pelo hizo una pirueta para acomodarse solo... Unos segundos para que cambie el semáforo, sólo unos segundos... que nunca pasaban, eran casi eternos, flotaba la lluvia en el aire y el sudor mojaba mi frente...
No podía moverme, quería alcanzarte... Quería gritarte para que me escuches... Te perdí entre la gente...
Mi habitación a media luz. La lluvia caía lenta tras la ventana.
El reloj: las nueve.
Pasó el tiempo y no me di cuenta.
El viento en la cara... La humedad citadina.
Salí de casa caminando con mi mochila verde, liviana, unos papeles, algo que hacer, supongo...
Sonaba una melodía en mi cabeza... aquella con la que soñé.
Sonreí y al cruzar la calle se oía el sonido de las bicicletas sobre el asfalto mojado...
- De vuelta a la ciudad - me dije.
No me importó. Mi mañana es aún mejor que mi sueño. Te voy a encontrar: Estás acá.
Como el rocío de la mañana que moja y perfuma el pasto de la vereda, como esta lluvia que moja mi pelo y mis hombros, y empapa un poco las zapatillas también.
Miro al cielo y sonrío...
Está saliendo el sol.
lunes, 3 de marzo de 2008
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