Delirios constantes acerca de la teoría de interpretación onírica.
El viaje a la psicodelia del invierno atlántico en los setentas.
Un aire europeo que pega frío en el árido bosque costero. El sobretodo gris claro sobre el cielo pálido y unos edificios de piedra por detrás...
Café en un bar de París. Las mesas en la calle adoquinada.
La plaza de artesanos rodeando el boulevard. El brillo de las estrellas atravesando cada gota de lluvia que caía sobre la gente que se detiene a mirar las aguas danzantes de la fuente.
Las enredaderas filtran la luz de los faroles de la ciudad. Las hojas de los árboles bailan bajo el viento que sopla las veredas...
Nadando en mis pensamientos, las olas me llevan hacia donde ellas van... Y viajo en un tunel de tobogán acuático sin saber donde voy a desembocar.
Una ola en forma de alfombra mágica me eleva sobre el mar...
El atardecer infinito en el canto de las gaviotas. La arena suave y finísima, tibia sobre el suelo durísimo y llano bajo mis pies, la sal en la piel, el frío de a poco en la espalda...
El sol que quema mis hombros... Y el mar.
viernes, 22 de agosto de 2008
miércoles, 9 de julio de 2008
...y vuelve a suspirar
El sol amarillo entra por el inmenso ventanal del living inundando la habitación. Su padre murmura en francés mientras lee un libro sentado en el sillón.
André suspira pensando en cuanto faltará para la tarde de lunes. Recuerda los ojos verdosos de su enamorado y suspira otra vez. Juega con su cabello. Lo peina de varias maneras diferentes. Luego se aburre y piensa en cortarlo... O no.
André se sorprende viajando tras un acordeón parisino. Otra vez él. Sonríe y vuelve a suspirar.
André en llamas junto al hogar.
André se ríe y disfruta de las tardes de sol en las que hace frío.
Corre a su habitación. Se mira al espejo y se acomoda el cabello, luego se perfuma el cuello, se viste de colores alegres y vuelve a peinarse.
André escucha los pájaros cantar en los árboles que saludan por la ventana. Se detiene a mirarlos y se imagina la mirada del muchacho de los lunes a la tarde...
Mira el reloj y se sobresalta al ver la hora. Corre dando unas vueltas por su habitación y se lleva una bufanda roja.
André vuelve a mirarse al espejo, sonríe y cruza la puerta. Camina por la cuerda floja como si fuera a caerse, se sonríe y echa los hombros hacia atrás.
Continúa caminando... y vuelve a suspirar.
André suspira pensando en cuanto faltará para la tarde de lunes. Recuerda los ojos verdosos de su enamorado y suspira otra vez. Juega con su cabello. Lo peina de varias maneras diferentes. Luego se aburre y piensa en cortarlo... O no.
André se sorprende viajando tras un acordeón parisino. Otra vez él. Sonríe y vuelve a suspirar.
André en llamas junto al hogar.
André se ríe y disfruta de las tardes de sol en las que hace frío.
Corre a su habitación. Se mira al espejo y se acomoda el cabello, luego se perfuma el cuello, se viste de colores alegres y vuelve a peinarse.
André escucha los pájaros cantar en los árboles que saludan por la ventana. Se detiene a mirarlos y se imagina la mirada del muchacho de los lunes a la tarde...
Mira el reloj y se sobresalta al ver la hora. Corre dando unas vueltas por su habitación y se lleva una bufanda roja.
André vuelve a mirarse al espejo, sonríe y cruza la puerta. Camina por la cuerda floja como si fuera a caerse, se sonríe y echa los hombros hacia atrás.
Continúa caminando... y vuelve a suspirar.
miércoles, 21 de mayo de 2008
Acuarelas húmedas
Lluvia de estrellas en el corazón azul de mi tarde de Octubre en el patio.
Tardes de humedad a través de una ventana, cuando nunca se sabe cuando empieza o termina la llovizna.
Las plantas mojadas, y sus hojas, que hacen malabares para no dejar caer las gotas de lluvia.
Un esbozo del sol, tras las nubes.
La tarde se vuelve tornasolada de a ratos... Detrás de un arbusto, buscando entre las plantas, encontré una sonrisa, celeste, con un arcoiris entre las nubes.
Escaleras blancas en caracol que bajan en interminable bucle desde entre las nubes.
Un aire fuccia en la atmósfera que respiramos casi sin darnos cuenta.
Bailamos con el atardecer en verdes grisáceos... Nubes alargadas se reflejan en el vidrio espejado de las puertas del ascensor.
Florecen las azaleas a rabiar, todo es fuccia, sigue habiendo verde de fondo, en distintos tonos.
Arabescos dorados que llegan de la India para dibujar un camino de pétalos de rosa en óleo pastel.
Los pies desnudos.
Lluvia de brillantina para mí...
Bailo en círculos, y descalzo, sonrío.
Bailo en el aire... El infinito y dorado atardecer hoy es mío.
Chapoteo en mis acuarelas, siento la humedad entre los dedos...
El viento se lleva mis hojas al caer el sol...
Tardes de humedad a través de una ventana, cuando nunca se sabe cuando empieza o termina la llovizna.
Las plantas mojadas, y sus hojas, que hacen malabares para no dejar caer las gotas de lluvia.
Un esbozo del sol, tras las nubes.
La tarde se vuelve tornasolada de a ratos... Detrás de un arbusto, buscando entre las plantas, encontré una sonrisa, celeste, con un arcoiris entre las nubes.
Escaleras blancas en caracol que bajan en interminable bucle desde entre las nubes.
Un aire fuccia en la atmósfera que respiramos casi sin darnos cuenta.
Bailamos con el atardecer en verdes grisáceos... Nubes alargadas se reflejan en el vidrio espejado de las puertas del ascensor.
Florecen las azaleas a rabiar, todo es fuccia, sigue habiendo verde de fondo, en distintos tonos.
Arabescos dorados que llegan de la India para dibujar un camino de pétalos de rosa en óleo pastel.
Los pies desnudos.
Lluvia de brillantina para mí...
Bailo en círculos, y descalzo, sonrío.
Bailo en el aire... El infinito y dorado atardecer hoy es mío.
Chapoteo en mis acuarelas, siento la humedad entre los dedos...
El viento se lleva mis hojas al caer el sol...
lunes, 14 de abril de 2008
Planetario
Una noche de papel acartonado pintado con acuarela azul.
La música suena alegre y al volumen adecuado. La piel es fluorescente, brilla en la oscuridad...
Ananá recién mezclado con ron dorado bañando la cascada de hielo en mi vaso... Huele a estrellas...
Luces de colores giran por encima de las cabezas de todos...
Algunas casas lucen mas vivas que otras... Hubiese sabido que era sábado a la noche aunque acabase de llegar de otro planeta.
Sábado, día en que los habitantes de la ciudad corrían desesperados a los clubes nocturnos para interrelacionarse con cualquier otro par que estuviese a su alrededor, igual o más necesitado de vida social. Para mí: sólo un divertimento extra, la observación.
Y allí, en el patio de un segundo piso, en una de las zonas mas atractivas y modernas de la ciudad, el clima se sentía un tanto frío y seco pero bastante agradabe si se encuentra uno en compañía de un ligero abrigo.
Algunas chicas con capucha comen chupetines rosas de chicle tutti-frutti.
En el aire un perfume dulce a tarde de sol en primavera.
En las esquinas se escuchan risas que se encienden como luces de estrellita de bengala, casi en silencio pero con luz que ilumina y contagia esa sensación de alegría quieta.
Por momentos, uno flota imperceptiblemente a escasos centímetros del suelo.
De repente, sin darte cuenta te encontrás a dos o tres baldosas de distancia de donde creías estar.
Las voces se distorsionan alegres en la atmósfera , volviendo en fracciones de segundo a nuestros oídos para derretirse lento... La extraña sensación del cosquilleo de un destiempo rítmico escalofriante y divertido.
Palmeras agitándose, como si sus hojas cabalgaran audaces sobre el viento, sobre fondos de blancos brillantes iluminados por faroles amarillos.
Las escaleras blancas también, estilo Casapueblo adornadas por sutiles plantas colgantes. ¿Por qué cuesta tanto mantenerse involucrado seriamente a las escaleras que bajan (o suben) y no se sabe dónde empiezan y dónde terminan?
Unas guitarras acústicas estiran sus cuerdas conectándome situacionalmente.
Lo cosmopolita: Cigarrillos mentolados y la tercera copa de champagne en la misma mano.
Patios de paredes coloridas en el medio del solar que se convertían en el anfiteatro de los fines de semana.
Una sorda explosión de estrellas, me hizo viajar en un glow dorado de eternidad suspendida... Otra explosión... Como el flash de una antigua cámara fotográfica, descartable.
Torbellinos de luciérnagas que se bambolean y terminan por salpicar el cielo...
Contemplar la maravillosa noche recostado sobre el pasto verde, donde no importa la correlación temporal ni existen consecuencias.
Voy a escalar el techo de este planetario personal... Dejá que el disco siga girando por sí solo si así lo quiere...
La música suena alegre y al volumen adecuado. La piel es fluorescente, brilla en la oscuridad...
Ananá recién mezclado con ron dorado bañando la cascada de hielo en mi vaso... Huele a estrellas...
Luces de colores giran por encima de las cabezas de todos...
Algunas casas lucen mas vivas que otras... Hubiese sabido que era sábado a la noche aunque acabase de llegar de otro planeta.
Sábado, día en que los habitantes de la ciudad corrían desesperados a los clubes nocturnos para interrelacionarse con cualquier otro par que estuviese a su alrededor, igual o más necesitado de vida social. Para mí: sólo un divertimento extra, la observación.
Y allí, en el patio de un segundo piso, en una de las zonas mas atractivas y modernas de la ciudad, el clima se sentía un tanto frío y seco pero bastante agradabe si se encuentra uno en compañía de un ligero abrigo.
Algunas chicas con capucha comen chupetines rosas de chicle tutti-frutti.
En el aire un perfume dulce a tarde de sol en primavera.
En las esquinas se escuchan risas que se encienden como luces de estrellita de bengala, casi en silencio pero con luz que ilumina y contagia esa sensación de alegría quieta.
Por momentos, uno flota imperceptiblemente a escasos centímetros del suelo.
De repente, sin darte cuenta te encontrás a dos o tres baldosas de distancia de donde creías estar.
Las voces se distorsionan alegres en la atmósfera , volviendo en fracciones de segundo a nuestros oídos para derretirse lento... La extraña sensación del cosquilleo de un destiempo rítmico escalofriante y divertido.
Palmeras agitándose, como si sus hojas cabalgaran audaces sobre el viento, sobre fondos de blancos brillantes iluminados por faroles amarillos.
Las escaleras blancas también, estilo Casapueblo adornadas por sutiles plantas colgantes. ¿Por qué cuesta tanto mantenerse involucrado seriamente a las escaleras que bajan (o suben) y no se sabe dónde empiezan y dónde terminan?
Unas guitarras acústicas estiran sus cuerdas conectándome situacionalmente.
Lo cosmopolita: Cigarrillos mentolados y la tercera copa de champagne en la misma mano.
Patios de paredes coloridas en el medio del solar que se convertían en el anfiteatro de los fines de semana.
Una sorda explosión de estrellas, me hizo viajar en un glow dorado de eternidad suspendida... Otra explosión... Como el flash de una antigua cámara fotográfica, descartable.
Torbellinos de luciérnagas que se bambolean y terminan por salpicar el cielo...
Contemplar la maravillosa noche recostado sobre el pasto verde, donde no importa la correlación temporal ni existen consecuencias.
Voy a escalar el techo de este planetario personal... Dejá que el disco siga girando por sí solo si así lo quiere...
martes, 8 de abril de 2008
Suelto en una casa de verano
Aquella tarde de luces apagadas y sol cálido a través de una cortina de esterilla se convierte en una tarde nublada donde el sol sale en forma de arco iris tras un piano que flota por el cielo. La felicidad entraba en verdes brillantes por mi ventana y pintaba mi casa, y en mí, una sonrisa...
Ella volvió, y su silueta brillaba sobre el fondo fuccia de plush.
Yo subía vertiginoso las escaleras doradas hacia su abrazo...
El vuelo suave...
Su olor, siempre fresco, como de verano. El rostro cálido, suave me cosquilea la piel.
Y la vereda. Con aquellos baldosones tipo vainilla, colorados. Los cordones parecían blancos, tan impecables... ¿No había pasado el tiempo acaso por aquellas calles...?
Y la calle de adoquines.
Su cabello negro, ensortijado y feliz, libre al viento...
Y la tarde tranformándose en noche estrellada se vuelve negro azulado.
Una boina de colores alegres, mediterráneos, le abriga el pelo... La inocencia disfrazada de adulta.
Las estrellas bordan el cielo y la musica frita jocosa por el fondo...
Me atrapó entre sus brazos como ramas verdes y todos los pájaros volaron sobre mi cabeza.
Un amor vintage, recreado a la antigua, muy adolescente... Tardes divertidas en peloteros para chicos.
Vos... que amas los jeans rotos como yo, que sabes tanto de la vida como de inglés -igual que yo-.
Suaves tormentas desteñidas. La camisa afuera, delirantes, bohemios, los colores perfectos.
Y de repente me hallé siguiendo con la vista el sentido de las agujas del reloj a una velocidad de montaña rusa en picada.
El alma fresca... Es el aire en mi interior, su voz en mi garganta, esa esencia en mi aliento.
Y ahora estoy riendo, suelto en una casa de verano.
Ella volvió, y su silueta brillaba sobre el fondo fuccia de plush.
Yo subía vertiginoso las escaleras doradas hacia su abrazo...
El vuelo suave...
Su olor, siempre fresco, como de verano. El rostro cálido, suave me cosquilea la piel.
Y la vereda. Con aquellos baldosones tipo vainilla, colorados. Los cordones parecían blancos, tan impecables... ¿No había pasado el tiempo acaso por aquellas calles...?
Y la calle de adoquines.
Su cabello negro, ensortijado y feliz, libre al viento...
Y la tarde tranformándose en noche estrellada se vuelve negro azulado.
Una boina de colores alegres, mediterráneos, le abriga el pelo... La inocencia disfrazada de adulta.
Las estrellas bordan el cielo y la musica frita jocosa por el fondo...
Me atrapó entre sus brazos como ramas verdes y todos los pájaros volaron sobre mi cabeza.
Un amor vintage, recreado a la antigua, muy adolescente... Tardes divertidas en peloteros para chicos.
Vos... que amas los jeans rotos como yo, que sabes tanto de la vida como de inglés -igual que yo-.
Suaves tormentas desteñidas. La camisa afuera, delirantes, bohemios, los colores perfectos.
Y de repente me hallé siguiendo con la vista el sentido de las agujas del reloj a una velocidad de montaña rusa en picada.
El alma fresca... Es el aire en mi interior, su voz en mi garganta, esa esencia en mi aliento.
Y ahora estoy riendo, suelto en una casa de verano.
lunes, 3 de marzo de 2008
Sueño tras las nubes
La orquesta estaba tocando esa tarde de lluvia, eran como a las 7.
Detrás de una resolana extraña se ocultaban nubarrones casi blancos que se escurrían sobre la ciudad.
Una armónica sonaba en mis oidos mientras viajaba en colectivo... Una alegría extraña recorría mi interior y me hacia sonreir marcando el ritmo con mis pies...
Terminó la canción...
Un son latino como con fritura suena más lejos aún, repetitivo...
Miro al rededor, la ciudad.
Y el sol que se escabullía entre las nubes iluminando en dorados... Y el centro urbano...
Tengo que (necesito) bajar...
Levantar el pie hacia el vacio... Un segundo de silencio en el aire...
Bajarse: la lluvia fresca que moja el pelo y los hombros, empapa un poco las zapatillas.
Subo el cordón miro al cielo y las nubes no se mueven...
Papeles en mi mochila, algo que hacer, supongo...
Las ganas de hundirme en el mar transparente y estar en la playa calurosa de nuevo, sentir el sol en mi frente y respirar...
Pero un hombro extraño chocó mi hombro y la película se cortó de repente como si se quemara la cinta en el cine...
La ciudad.
La gente.
Si, las personas, miles de personas, miles y miles de ellas.
Algunas tan atolondradas que se llevan tu hombro como si reclamaran lo que es suyo y uno no quería devolver.
Una melodía familiar sonaba cercana y me obligaba a encontrarla...
Un teatro medio abandonado, como de lujo antiguo... Parecía llover con más intensidad bajo el techo de la descolorida marquesina.
No podía resistirme, me recordaba tu sonrisa, tu perfume... Estabas allí esperándome del otro lado de la avenida con un piloto azul y sin paraguas y tu sonrisaba iluminaba la tarde...
Al girar y darte vuelta, tu pelo hizo una pirueta para acomodarse solo... Unos segundos para que cambie el semáforo, sólo unos segundos... que nunca pasaban, eran casi eternos, flotaba la lluvia en el aire y el sudor mojaba mi frente...
No podía moverme, quería alcanzarte... Quería gritarte para que me escuches... Te perdí entre la gente...
Mi habitación a media luz. La lluvia caía lenta tras la ventana.
El reloj: las nueve.
Pasó el tiempo y no me di cuenta.
El viento en la cara... La humedad citadina.
Salí de casa caminando con mi mochila verde, liviana, unos papeles, algo que hacer, supongo...
Sonaba una melodía en mi cabeza... aquella con la que soñé.
Sonreí y al cruzar la calle se oía el sonido de las bicicletas sobre el asfalto mojado...
- De vuelta a la ciudad - me dije.
No me importó. Mi mañana es aún mejor que mi sueño. Te voy a encontrar: Estás acá.
Como el rocío de la mañana que moja y perfuma el pasto de la vereda, como esta lluvia que moja mi pelo y mis hombros, y empapa un poco las zapatillas también.
Miro al cielo y sonrío...
Está saliendo el sol.
Detrás de una resolana extraña se ocultaban nubarrones casi blancos que se escurrían sobre la ciudad.
Una armónica sonaba en mis oidos mientras viajaba en colectivo... Una alegría extraña recorría mi interior y me hacia sonreir marcando el ritmo con mis pies...
Terminó la canción...
Un son latino como con fritura suena más lejos aún, repetitivo...
Miro al rededor, la ciudad.
Y el sol que se escabullía entre las nubes iluminando en dorados... Y el centro urbano...
Tengo que (necesito) bajar...
Levantar el pie hacia el vacio... Un segundo de silencio en el aire...
Bajarse: la lluvia fresca que moja el pelo y los hombros, empapa un poco las zapatillas.
Subo el cordón miro al cielo y las nubes no se mueven...
Papeles en mi mochila, algo que hacer, supongo...
Las ganas de hundirme en el mar transparente y estar en la playa calurosa de nuevo, sentir el sol en mi frente y respirar...
Pero un hombro extraño chocó mi hombro y la película se cortó de repente como si se quemara la cinta en el cine...
La ciudad.
La gente.
Si, las personas, miles de personas, miles y miles de ellas.
Algunas tan atolondradas que se llevan tu hombro como si reclamaran lo que es suyo y uno no quería devolver.
Una melodía familiar sonaba cercana y me obligaba a encontrarla...
Un teatro medio abandonado, como de lujo antiguo... Parecía llover con más intensidad bajo el techo de la descolorida marquesina.
No podía resistirme, me recordaba tu sonrisa, tu perfume... Estabas allí esperándome del otro lado de la avenida con un piloto azul y sin paraguas y tu sonrisaba iluminaba la tarde...
Al girar y darte vuelta, tu pelo hizo una pirueta para acomodarse solo... Unos segundos para que cambie el semáforo, sólo unos segundos... que nunca pasaban, eran casi eternos, flotaba la lluvia en el aire y el sudor mojaba mi frente...
No podía moverme, quería alcanzarte... Quería gritarte para que me escuches... Te perdí entre la gente...
Mi habitación a media luz. La lluvia caía lenta tras la ventana.
El reloj: las nueve.
Pasó el tiempo y no me di cuenta.
El viento en la cara... La humedad citadina.
Salí de casa caminando con mi mochila verde, liviana, unos papeles, algo que hacer, supongo...
Sonaba una melodía en mi cabeza... aquella con la que soñé.
Sonreí y al cruzar la calle se oía el sonido de las bicicletas sobre el asfalto mojado...
- De vuelta a la ciudad - me dije.
No me importó. Mi mañana es aún mejor que mi sueño. Te voy a encontrar: Estás acá.
Como el rocío de la mañana que moja y perfuma el pasto de la vereda, como esta lluvia que moja mi pelo y mis hombros, y empapa un poco las zapatillas también.
Miro al cielo y sonrío...
Está saliendo el sol.
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