martes, 9 de octubre de 2007

Memorias de un viaje en subte

Nunca pensé que el asiento que elegí para sentarme, me enfrentaría con una observación reveladora que aportaría estrategias para desenvolverme en la ciudad.

He aquí mi modesta observación:

Lo que importa es mantener delgadísima esa línea que divide casi imperceptiblemente la esencia a la mitad.

Un resplandor a lo lejos...

La luz...

Hay ciertos personajes cuya función es desviar nuestra atención hacia imágenes falsas entre cósmicos sonidos ochentosos...

La magia del arte literario. Cruel director de una obra maravillosa donde cada acto revela el dorado y efímero brillo de la vida misma, a través de cada joya, perfectamente engarzada a la anterior.

La luz... El molinete del subte, el respalndor, la gente, los locales de golosinas, los de revistas, y esas miradas que delatan, mientras Penélope parece tejer lo interminable.

Paisajes surrealistas.

La medida justa, la proporción exacta. Esa sencillez como si nada le importara...
La naturalidad fresca de primavera y la ingenuidad astuta de un roedor.

Juventud. No se deja ver con claridad... es el resplandor, su propia luminosidad. Como si sólo yo pudiese verla, enceguecedora de a ratos.
Son sus ojos los únicos que no mienten... Se mueren por mirar, pero se contienen...

Un hada ingenua, parece...
Se aleja entre los árboles del bosque que parecen mecerse con la brisa...

Hay flamencos gordos en la escena oscura, de fondo negro... Letras hechas de triángulos isósceles figuran un cartel luminoso en verde fluo...

La sensación de recordarlo todo con precisión y exactitud (estratégicamente hablando), cosa que tendré muy en cuenta para la observación y la práctica.

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