Me gusta cuando la noche húmeda de abril se pone entre gris y azul.
Disfrutar del silencio de la madrugada. El solo tic tac del reloj y algún que otro grillo trasnochado.
El aire flota espeso y las luces amarillentas sobre el asfalto húmedo de la calle me invitan a salir.
Amenazan las nubes, y van a estallar de humedad, pero ahora no.
Quisiera yo saber a qué se debe este viaje que sorpresivamente me encuentra en la vereda muda de la cuadra.
Me dirijo hacia la esquina, y esa sensación recorre mi cuerpo otra vez.
Impensablemente, un colectivo y yo llegamos a la parada al mismo tiempo.
Extendí mi brazo y el gigante se detuvo abriendo la puerta para mi ascenso.
Casi vacío.
El chofer saluda con aliento a menta fresca.
Devolviéndole el gesto busco monedas en mi bolsillo y saco mi boleto mientras busco mi asiento en la fila de a dos, del lado de la ventana.
Hay dos pasajeros más.
Las calles parecen pintadas en pinceladas rápidas y pasan por delante veloces como ráfagas.
Estoy llegando a un lugar que siempre es desconocido, aunque estoy más que seguro de haber estado, mas de una vez allí.
miércoles, 8 de abril de 2009
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