El fuego nos envuelve en llamas azules y turquesas, cuyo candor nos enciende precipitadamente...
Y de sólo pensarlo, mi cabeza enloquece, se estremece mi cuerpo, comienzo a bailar solo en la oscuridad, lento, seductor... A media luz respiro profundo un aire despreocupado en el que elijo viajar sobre una alfombra suave, hecha a mi medida.
El vuelo siempre es de fuego, puedo flotar en el aire... Siento el calor en mi sangre fluir dentro y fuera de mi piel.
Me elevo impetuoso hacia el cielo... Planeando miro, contemplando el paisaje, ese paisaje tan soñado... Cuando al detenerme con la mirada, de repente, la cima...
Como en un vuelo de halcón diviso la cumbre mas alta y vuelo para pararme allí. La noche, las estrellas, bailo en la última peña sintiendo el viento cálido de verano en mi cuerpo... El cielo entero cae sobre mi y puedo sentir la noche acariciarme con sus alas. Porque ambos somos alados.
Yo ardo con lujuria en este viaje que me consume como la pólvora de los fuegos artificiales... Hasta llegar al fin, que es pasar por el centro solar y en un milisegundo la feroz vuelta instantánea a la vista panorámica inicial... Desde esta alfombra mágica, hermosa, mía...
Puedo tocar el cielo, y es ahí cuando las estrellas comienzan a llover parpadeantes, y la noche me baña de luz, sin luna.
El aire con su perfume dibuja un bosque de pinos bañados en rocío fresco de lluvia.
La brisa dulce, una caricia sonora.
El paisaje descansa calmo en colores y vuelan pájaros en ascuas del amanecer.
No hay tiempo, no hay palabras.
Cerramos los ojos.
Solos... Sólo el paisaje y yo.
viernes, 20 de febrero de 2009
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